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Si los médicos fueran como los veterinarios…

Recientemente mi perro guía Pilgram estuvo un día con vómitos. Tenía buen ánimo y buen apetito, pero luego de comer vomitaba. Al siguiente día lo llevamos temprano a su veterinario en la Clínica Veterinaria Acuario en Venus Gardens. Allí le hicieron una prueba de parásitos, la que resultó negativa, tal y como yo esperaba, ya que le damos sus preventivos mensualmente. El doctor lo evaluó y concluyó que el perro tenía una gastritis, posiblemente ocasionada por algo que se haya comido en algún momento que no me percaté. Es posible que comiera algo que no debía de los restos que en ocasiones se encuentran debajo de las mesas de restaurantes y cafeterías. No podemos olvidar que este perro siempre me acompaña a todas partes.

El doctor le puso unas inyecciones, y además indicó que debíamos poner a Pilgram en una dieta especial, y darle una pastilla media hora antes de comer. Las inyecciones ayudarían a que Pilgram se recuperara más rápidamente que si sólo hubiese recibido medicamentos orales. Lo interesante es que salimos de la oficina con las pastillas y las latas del alimento que debía consumir el perro en los siguientes 3 días. También salí de la oficina con un papel impreso que detallaba los cargos que me hicieron, y un informe del tratamiento que debería seguir el perro. En esta ocasión, supongo que debido a que el problema eran vómitos, a Pilgram no le dieron su regalito como en otras visitas, en las que al final del chequeo el doctor saca de su bolsillo algún “treat” que el perro saborea grandemente.

Los perros reciben mejor trato que los humanos. Si yo hubiese sido el de los vómitos, en lugar de Pilgram, hubiese tenido que ir al médico. De allí me hubiesen enviado a un laboratorio para que certificara que yo no tenía parásitos. Luego hubiese tenido que volver al médico, y hacer de nuevo una fila de espera, para que él confirmara que lo que tenía era una gastritis. Claro está, para llegar a esta conclusión, hubiese tenido que contestar muchas preguntas, las cuales no hubo que contestar al veterinario. Entonces me hubiese recetado medicamentos, los cuales él no tiene en su oficina, por lo que tendría que ir a hacer otra fila en la farmacia. Digamos que los medicamentos sí estaban disponibles en el lugar, aún así lo más seguro serían pastillas que toman más tiempo en hacer efecto que las inyecciones, las cuales por alguna razón ya casi nunca las recetan los médicos. Aunque el médico me habría explicado como tomar cada uno de los medicamentos, dado el malestar que yo hubiese tenido, lo más seguro no recordaría las instrucciones de como tomarlos. Claro, para eso es la etiqueta que le pegan en las farmacias a cada medicamento. Pero como la Ley de Murphy siempre acompaña a quién no la necesita, alguno de los medicamentos sería etiquetado con el mensaje de “Tomar según indicado por su médico”. También recibiría un medicamento con la intrucción de “Tomar 4 veces al día” lo que podría ser interpretado como una pastilla al levantarte, una antes de acostarte a dormir, y otras dos repartidas durante el día. Pero también podría pensar que es una cada 6 horas, por lo que tienes que poner el despertador para levantarte a tomarla en medio de la noche. Al momento de comer me hubiese percatado que todo lo que consumo es alto en grasa, por lo que tendría que salir al supermercado a comprar la dieta. Posiblemente me hubiese tomado todo el día el poder empezar a sentirme mejor. Al menos Pilgram no volvió a vomitar una vez le pusieron las inyecciones en la oficina de su doctor.

Cuando me enfermo, aunque me siento como un perro, desafortunadamente no me tratan como uno.

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